Ángel de mi guarda, dulce compañía, no me desampares, ni de noche ni de día, no me dejes sólo, que me perdería.
Amén.
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Ángel del Señor, fiel custodio mío que Dios me ha encomendado, dirígeme, protégeme y líbrame de todo mal, en este día, en todos los momentos de mi vida y especialmente en la hora de mi muerte.
Amén.
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¡Oh, Santo Ángel!
Desde mi nacimiento tú has sido mi protector.
Hoy te entrego mi corazón, dáselo a mi Salvador Jesús, a quien debe pertenecer solamente.
Tú eres mi protector en la vida; sé tu también mi consolador en la muerte.
Fortalece mi fe, haz firme mi esperanza, enciende en mí el amor Divino.
Concédeme que no me asuste la vida pasada, que no me perturbe la presente, que no me atemorice la futura.
Fortaléceme en el combate de la muerte, exhórtame para la paciencia, consérvame la paz.
Alcánzame la gracia de que mi último alimento sea el Pan de los Ángeles, mis últimas palabras: Jesús, María, José; mi último respiro un respiro de amor y tu presencia mi última consolación.
Amén.
(San Francisco de Sales)
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¡Oh mi querido Ángel! Ve a donde está mi Jesús, yo te conjuro, di a este Divino Redentor que yo lo adoro y que lo amo con todo mi corazón.
Yo invito a este prisionero Divino del amor, para que venga a mi corazón y haga en él Su morada.
Demasiado pequeño es este corazón para que habite en él un Rey tan grande, pero yo quiero hacerle crecer con el amor y la fe.
Amén.
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