I. Estructura
general de la misa
27. En la Misa o Cena del Señor el
pueblo de Dios es congregado, bajo la presidencia del sacerdote, que actúa en
la persona de Cristo, para celebrar el memorial del Señor o sacrificio
eucarístico. De ahí que sea eminentemente válida, cuando se habla de la
asamblea local de la santa Iglesia, aquella promesa de Cristo: «Donde dos o
tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18, 20).
Pues en la celebración de la Misa, en la cual se perpetúa el sacrificio de la
cruz, Cristo está realmente presente en la misma asamblea congregada en su
nombre, en la persona del ministro, en su palabra y ciertamente de una manera
sustancial y permanente en las especies eucarísticas.
28. La Misa podemos decir que consta de
dos partes: la liturgia de la palabra y la liturgia eucarística, tan
estrechamente unidas entre sí, que constituyen un solo acto de culto, ya que en
la Misa se dispone la mesa, tanto de la palabra de Dios como del Cuerpo de
Cristo, en la que los fieles encuentran instrucción y alimento. Otros ritos
abren y concluyen la celebración.
II. Diversos
elementos de la Misa
Lectura de la
palabra de Dios y su explicación
29. Cuando se leen en la Iglesia las
sagradas Escrituras, Dios mismo habla a su pueblo, y Cristo, presente en su
palabra, anuncia el Evangelio. Por eso las lecturas de la palabra de Dios, que
proporcionan a la Liturgia un elemento de la mayor importancia, deben ser
escuchadas por todos con veneración. Y aunque la palabra divina, en las lecturas
de la Sagrada Escritura, va dirigida a todos los hombres de todos los tiempos y
está al alcance de su entendimiento, (*) sin embargo, una mejor inteligencia y
eficacia se ven favorecidas con una explicación viva, es decir, con la homilía,
como parte que es de la acción litúrgica.
(*)
No siempre.
Oraciones y otras
partes que corresponden al sacerdote
30. Entre las atribuciones del
sacerdote, ocupa el primer lugar la Plegaria eucarística, que es el vértice de
toda la celebración. Hay que añadir a ésta las oraciones, es decir, la colecta,
la oración sobre las ofrendas y la oración después de la Comunión. Estas
oraciones las dirige a Dios el sacerdote que preside la asamblea actuando en la
persona de Cristo, en nombre de todo el pueblo santo y de todos los circunstantes.
Con razón, pues, se denominan «oraciones presidenciales».
31. Igualmente corresponde al
sacerdote, en cuanto que ejerce el cargo de presidente de la asamblea reunida,
decir algunas moniciones y fórmulas de introducción y conclusión previstas en
el mismo rito. Donde las rúbricas lo establecen, al celebrante le es lícito
adaptarlas hasta cierto punto para que se ajusten a la comprensión de los
participantes; el sacerdote, sin embargo, procure guardar siempre el sentido de
la monición que se propone en el Misal y expresarlo en pocas palabras. Compete
asimismo al sacerdote que preside moderar la celebración de la palabra de Dios
y dar la bendición final. También le está permitido introducir a los fieles en
la Misa del día con brevísimas palabras, tras el saludo inicial y antes del
acto penitencial; en la liturgia de la palabra, antes de las lecturas; en la
Plegaria eucarística, antes del prefacio, pero nunca dentro de la misma;
igualmente, dar por concluida la entera acción sagrada, antes de la fórmula de
despedida.
32. La naturaleza de las intervenciones
«presidenciales» exige que se pronuncien claramente y en voz alta, y que todos
las escuchen atentamente. Por consiguiente, mientras interviene el sacerdote,
no se cante ni se rece otra cosa, y estén igualmente en silencio el órgano y
cualquier otro instrumento musical.
33. El sacerdote no sólo pronuncia
oraciones como presidente, en nombre de la Iglesia y de la comunidad reunida,
sino que también algunas veces lo hace a título personal, para poder cumplir
con su ministerio con mayor atención y piedad. Estas oraciones, que se proponen
antes de la lectura del evangelio, en la preparación de los dones, y antes y
después de la comunión del sacerdote, se dicen en secreto.
Otras fórmulas que
se usan en la celebración
34. Puesto que la celebración de la
Misa, por su propia naturaleza, tiene carácter «comunitario», tienen una gran
fuerza los diálogos entre el sacerdote y los fieles congregados, y asimismo las
aclamaciones. Ya que no son solamente señales externas de una celebración
común, sino que fomentan y realizan la comunión entre el sacerdote y el pueblo.
35. Las aclamaciones y respuestas de
los fieles a los saludos del sacerdote y a sus oraciones constituyen
precisamente aquel grado de participación activa que, en cualquier forma de
Misa, se exige de los fieles reunidos para que quede así expresada y fomentada
la acción de toda la comunidad.
36. Otras partes que son muy útiles
para manifestar y favorecer la activa participación de los fieles, y que se
encomiendan a toda la asamblea convocada, son, sobre todo, el acto penitencial,
la profesión de fe, la oración de los fieles y la Oración dominical.
37. Finalmente, en cuanto a otras
fórmulas:
a) Algunas tienen por sí mismas el valor de rito o de acto;
por ejemplo, el Gloria, el salmo responsorial, el Aleluya y el versículo antes
del Evangelio, el Santo, la aclamación de la anámnesis, el canto después de la
Comunión;
b) Otras, en cambio, simplemente acompañan a un rito,
como los cantos de entrada, del ofertorio, de la fracción (Cordero de Dios) y
de la Comunión.
Modos de pronunciar
los diversos textos
38. En los textos que han de pronunciar
en voz alta y clara el sacerdote o el diácono o el lector o todos, la voz ha de
corresponder a la índole del respectivo texto, según se trate de lectura,
oración, monición, aclamación o canto; téngase también en cuenta la clase de
celebración y la solemnidad de la asamblea. Y, naturalmente, de la índole de las
diversas lenguas y caracteres de los pueblos.
En
las rúbricas y normas que siguen, los vocablos «pronunciar» o «decir» deben
entenderse lo mismo del canto que de los recitados, según los principios que
acaban de enunciarse.
Importancia del
canto
39. Amonesta el Apóstol a los fieles
que se reúnen esperando la venida de su Señor, que canten todos juntos con salmos,
himnos y cánticos inspirados (cf. Col 3, 16). El canto es una señal de euforia
del corazón (cf. Hch 2, 46). De ahí que san Agustín diga, con razón: «Cantar es
propio de quien ama» ; y viene de tiempos muy antiguos el famoso proverbio:
«Quien bien canta, ora dos veces».
40. Téngase, por consiguiente, en gran
estima el uso del canto en la celebración de la Misa, siempre teniendo en cuenta
el carácter de cada pueblo y las posibilidades de cada asamblea litúrgica;
aunque no siempre sea necesario, por ejemplo en las misas feriales, usar el
canto para todos los textos que de suyo se destinan a ser cantados, hay que
procurar que de ningún modo falte el canto de los ministros y del pueblo en las
celebraciones de los domingos y fiestas de precepto.
Al
hacer la selección de lo que de hecho se va a cantar, se dará preferencia a las
partes que tienen mayor importancia, sobre todo a aquellas que deben cantar el
sacerdote, el diácono o el lector, con respuesta del pueblo; o el sacerdote y
el pueblo al mismo tiempo.
41. En igualdad de circunstancias, hay
que darle el primer lugar al canto gregoriano, al que se le reserva un puesto de
honor entre todos los demás como propios de la Liturgia romana. No se excluyen de
ningún modo otros géneros de música sagrada, sobre todo la polifonía, con tal
que respondan al espíritu de la acción litúrgica y favorezcan la participación
de todos los fieles.
Y
ya que es cada día más frecuente el encuentro de fieles de diversas nacionalidades,
conviene que esos mismos fieles sepan cantar todos a una en latín algunas de
las partes del Ordinario de la Misa, sobre todo el símbolo de la fe y la
Oración dominical en sus melodías más fáciles. (*)
(*)
La alta valoración que este documento
hace del canto no se refleja, con frecuencia, en nuestra realidad. Mientras tal
situación no cambie, poco se podrá hacer al respecto.
Gestos y posturas corporales
42. El gesto y la postura corporal,
tanto del sacerdote, del diácono y de los ministros, como del pueblo, deben
contribuir a que toda la celebración resplandezca por su decoro y noble
sencillez, de manera que pueda percibirse el verdadero y pleno significado de
sus diversas partes y se favorezca la participación de todos. Habrá que tomar
en consideración, por consiguiente, lo establecido por esta Ordenación general,
cuanto proviene de la praxis secular del Rito romano y lo que aproveche al bien
común espiritual del pueblo de Dios, más que al gusto o parecer privados. La
postura corporal que han de observar todos los que toman parte en la
celebración, es un signo de la unidad de los miembros de la comunidad cristiana
congregados para celebrar la sagrada Liturgia, ya que expresa y fomenta al
mismo tiempo la unanimidad de todos los participantes.
43. Los fieles estén de pie: desde el
principio del canto de entrada, o mientras el sacerdote se acerca al altar,
hasta el final de la oración colecta; al canto del Aleluya que precede al
Evangelio; durante la proclamación del mismo Evangelio; durante la profesión de
fe y la oración de los fieles; y también desde la invitación Orad hermanos que precede
a la oración sobre las ofrendas hasta el final de la Misa, excepto en los
momentos que luego se enumeran.
En
cambio, estarán sentados durante las lecturas y el salmo responsorial que
preceden al Evangelio; durante la homilía, y mientras se hace la preparación de
los dones en el ofertorio; también, según la oportunidad, a lo largo del
sagrado silencio (*) que se observa después de la Comunión.
Estarán
de rodillas durante la consagración, a no ser que lo impida la enfermedad o la
estrechez del lugar o la aglomeración de los participantes o cualquier otra
causa razonable. Y los que no pueden arrodillarse en la consagración, harán una
profunda inclinación mientras el sacerdote hace la genuflexión después de ella.
Corresponde,
no obstante, a la Conferencia de los Obispos según la norma del derecho,
adaptar los gestos y posturas descritos en el Ordinario de la Misa, según la
índole y las razonables tradiciones de cada pueblo. Pero siempre se habrá de
procurar que haya una correspondencia adecuada con el sentido e índole de cada
parte de la celebración. Allí donde sea costumbre que el pueblo permanezca de
rodillas desde que termina la aclamación del Santo hasta el final de la
plegaria eucarística y antes de la Comunión cuando el sacerdote dice: Éste es
el Cordero de Dios, es loable que dicha costumbre se mantenga.
Para
conseguir la uniformidad en los gestos y posturas dentro de una misma
celebración, los fieles seguirán las moniciones que pronuncian el diácono o el
ministro laico o el sacerdote, según lo dispuesto en el Misal.
(*) “Gran silencio,” suspendido a
veces para leer pensamientos más o menos poéticos pero ajenos. ¿Se supone que
el que ha comulgado no tiene madurez espiritual para llenar este silencio con
sus propias y exclusivas vivencias? ¿El silencio es sinónimo de vacío? ¿Hay que
evitarlo?
44. Entre los gestos se comprenden
también algunas acciones y procesiones en las que el sacerdote con el diácono y
los ministros se acerca al altar; el diácono, antes de la proclamación del
Evangelio, lleva consigo al ambón el Evangeliario o Libro de los evangelios;
los fieles llevan al altar los dones, y se acercan a la Comunión. Conviene que
estas acciones y procesiones se realicen en forma decorosa, mientras se cantan
los textos correspondientes, según las normas establecidas en cada caso.
El silencio
45. También, como parte de la
celebración, ha de guardarse, a su tiempo, el silencio sagrado. La naturaleza de
este silencio depende del momento de la Misa en que se observa. Así, en el acto
penitencial y después de la invitación a orar, los presentes se recojan en su
interior; al terminar la lectura o la homilía, mediten brevemente sobre lo que
han oído; y después de la Comunión, alaben a Dios en su corazón y oren.
Es
laudable que se guarde, ya antes de la misma celebración, silencio en la
iglesia, en la sacristía, y en los lugares más próximos, a fin de que todos
puedan disponerse adecuada y devotamente a las acciones sagradas.
III. LAS DIVERSAS
PARTES DE LA MISA
------ **** ------
A) Ritos iniciales
Canto
de entrada
Saludo
al altar y al pueblo congregado
Acto
penitencial
Señor,
ten piedad
Gloria
Oración
colecta
B) Liturgia de la
palabra
Silencio
Lecturas
bíblicas
Salmo
responsorial
La
aclamación que precede a la lectura del Evangelio
La
«secuencia»
Homilía
Profesión
de fe
Oración
universal
C) Liturgia
eucarística
Preparación
de los dones
Oración
sobre las ofrendas
Plegaria
eucarística
Rito
de la Comunión
La
oración dominical
Rito
de la paz
La
fracción del pan
Comunión
D) Rito de
conclusión
Bendición
------ **** ------
A) Ritos iniciales
46. Los ritos que preceden a la
liturgia de la palabra, es decir, al canto de entrada, el saludo, el acto
penitencial, el Señor, ten piedad, el Gloria y la oración colecta, tienen el
carácter de exordio, introducción y preparación. Su finalidad es hacer que los
fieles reunidos constituyan una comunión y se dispongan a oír como conviene la
palabra de Dios y a celebrar dignamente la Eucaristía.
En
algunas celebraciones que, según las normas de los libros litúrgicos, se unen
con la Misa, han de omitirse los ritos iniciales o se realizan de un modo
peculiar.
Canto de entrada
47. Reunido el pueblo, mientras entra
el sacerdote con el diácono y los ministros, se comienza el canto de entrada. El
fin de este canto es abrir la celebración, fomentar la unión de quienes se han
reunido e introducirles en el misterio del tiempo litúrgico o de la fiesta y
acompañar la procesión del sacerdote y los ministros.
48. El canto de entrada lo entona la
schola y el pueblo, o un cantor y el pueblo, o todo el pueblo, o solamente la schola.
Pueden emplearse para este canto o la antífona con su salmo, como se encuentran
en el Gradual romano o
en
el Gradual simple, u otro canto acomodado a la acción sagrada o a la índole del
día o del tiempo litúrgico, con un texto aprobado por la Conferencia de los
Obispos.
Si
no hay canto de entrada, los fieles o algunos de ellos o un lector recitarán la
antífona que aparece en el Misal. Si esto no es posible, la recitará al menos
el mismo sacerdote, quien también puede adaptarla a modo de monición inicial
(cfr. n. 31).
Saludo al altar y
al pueblo congregado
49. El sacerdote, el diácono y los
ministros, cuando llegan al presbiterio, saludan al altar con una inclinación profunda.
El
sacerdote y el diácono, después, besan el altar como signo de veneración; y el
sacerdote, según los casos, inciensa la cruz y el altar.
50. Terminado el canto de entrada, el
sacerdote, de pie junto a la sede, y toda la asamblea hacen la señal de la cruz;
a continuación el sacerdote, por medio del saludo, manifiesta a la asamblea
reunida la presencia del Señor. Con este saludo y con la respuesta del pueblo
queda de manifiesto el misterio de la Iglesia congregada.
Terminado
el saludo al pueblo, el sacerdote o el diácono o un ministro laico puede
introducir a los fieles en la Misa del día con brevísimas palabras.
Acto penitencial
51. Después el sacerdote invita al acto
penitencial, que, tras una breve pausa de silencio, realiza toda la comunidad con
la fórmula de la confesión general y se termina con la absolución del
sacerdote, que no tiene la eficacia propia del sacramento de la Penitencia.
Los
domingos, sobre todo en el tiempo pascual, en lugar del acto penitencial
acostumbrado, puede hacerse la bendición y aspersión del agua en memoria del
bautismo.
Señor, ten piedad
52. Después del acto penitencial, se
dice el Señor ten piedad, a no ser que éste haya formado ya parte del mismo acto
penitencial. Siendo un canto con el que los fieles aclaman al Señor y piden su
misericordia, regularmente habrán de hacerlo todos, es decir, tomarán parte en
él el pueblo y la schola o un cantor.
Cada
una de estas aclamaciones se repite, normalmente, dos veces, pero también cabe
un mayor número de veces, según el genio de cada lengua o las exigencias del
arte musical o de las circunstancias. Cuando se canta el Señor ten piedad como
parte del acto penitencial, a cada una de las aclamaciones se le antepone un
«tropo». (*)
(*)
Tropo. Texto breve que se incluye en un
texto litúrgico.
Gloria
53. El Gloria es un antiquísimo y
venerable himno con que la Iglesia, congregada en el Espíritu Santo, glorifica
a Dios Padre y al Cordero y le presenta sus súplicas. El texto de este himno no
puede cambiarse por otro. (*) Lo entona el sacerdote o, según los casos, el
cantor o el coro, y lo cantan o todos juntos o el pueblo alternando con los cantores
o sólo la schola. Si no se canta, al menos lo han de recitar todos, o juntos o
a dos coros que se responden alternativamente.
Se
canta o se recita los domingos, fuera de los tiempos de Adviento y de Cuaresma,
en las solemnidades y en las fiestas y en algunas peculiares celebraciones más
solemnes.
(*)
Según los liturgistas, “otro” sería aquel
himno que no incluyera la glorificación del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo, por ejemplo, el tan conocido “Gloria, gloria, aleluya.”
Oración colecta
54. A continuación, el sacerdote invita
al pueblo a orar; y todos, a una con el sacerdote, permanecen un momento en
silencio (*) para hacerse conscientes de estar en la presencia de Dios y
formular interiormente sus súplicas. Entonces el sacerdote lee la oración que
se suele denominar «colecta», (**) por medio de la cual se expresa la índole de
la celebración. Siguiendo una antigua tradición de la Iglesia, la oración
colecta suele dirigirse a Dios Padre, por medio de Cristo en el Espíritu Santo
y se termina con la conclusión trinitaria, que es la más larga, del siguiente
modo:
Si
se dirige al Padre: Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina
contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos;
Si
se dirige al Padre, pero al fin de esta oración se menciona al Hijo: Él, que
vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos
de los siglos;
Si
se dirige al Hijo: Tú que vives y reinas con el Padre en la unidad del Espíritu
Santo y eres Dios por los siglos de los siglos. (***)
El
pueblo, para unirse a esta súplica, la hace suya con la aclamación: Amén.
En
la Misa se dice siempre una única colecta.
(*)
A pesar de la gran riqueza que podría
suponer, o no se hace, o es tan breve que no facilita hacerse consciente de
nada.
(**)
Calificación aparentemente inapropiada.
Es llamada “colecta” porque recoge las intenciones de todos los presentes para
ponerlas ante Dios.
(***)
De hecho, se utilizan numerosas
variantes.
B) Liturgia de la
palabra
55. Las lecturas tomadas de la Sagrada
Escritura, con los cantos que se intercalan, constituyen la parte principal de la
liturgia de la palabra; la homilía, la profesión de fe y la oración universal u
oración de los fieles, la desarrollan y concluyen. Pues en las lecturas, que
luego explica la homilía, Dios habla a su pueblo, le descubre el misterio de la
redención y salvación, y le ofrece alimento espiritual; y el mismo Cristo, por
su palabra, se hace presente en medio de los fieles. Esta palabra divina la
hace suya el pueblo con el silencio y los cantos, y muestra su adhesión a ella
con la profesión de fe; y una vez nutrido con ella, en la oración universal
hace súplicas por las necesidades de la Iglesia entera y por la salvación de
todo el mundo.
Silencio
56. La liturgia de la palabra se ha de
celebrar de manera que favorezca la meditación y, en consecuencia, hay que evitar
toda forma de precipitación que impida el recogimiento. Conviene que haya en
ella unos breves momentos de silencio, acomodados a la asamblea, en los que,
con la gracia del Espíritu Santo, se perciba en el corazón la palabra de Dios y
se prepare la respuesta a través de la oración. Estos momentos de silencio
pueden observarse, por ejemplo, antes de que se inicie la misma liturgia de la
palabra, después de la primera y la segunda lectura, y una vez concluida la
homilía.
Lecturas bíblicas
57. En las lecturas se dispone la mesa
de la palabra de Dios a los fieles y se les abren los tesoros bíblicos. Se debe,
por tanto, respetar la disposición de las lecturas bíblicas por medio de las
cuales se ilustra la unidad de ambos Testamentos y la historia de la salvación.
No es lícito sustituir las lecturas y el salmo responsorial, que contienen la
palabra de Dios, por otros textos no bíblicos.
58. En la Misa celebrada con la
participación del pueblo, las lecturas se proclaman siempre desde el ambón.
59. Según la tradición, el oficio de proclamar
las lecturas no es presidencial, sino ministerial. Así pues, las lecturas las
proclama el lector, pero el Evangelio, el diácono, y, en ausencia de éste, lo
ha de anunciar otro sacerdote. Si no se cuenta con un diácono o con otro
sacerdote, el mismo sacerdote celebrante lee el Evangelio; y si no se dispone de
otro lector idóneo, el sacerdote celebrante proclama también las otras
lecturas.
Después
de cada lectura, el que lee pronuncia la aclamación. Con su respuesta, el
pueblo congregado rinde homenaje a la palabra de Dios acogida con fe y
gratitud.
60. La proclamación del Evangelio
constituye la culminación de la liturgia de la palabra. La misma Liturgia
enseña que se le debe tributar suma veneración, ya que la distingue por encima
de las otras lecturas con especiales muestras de honor, sea por razón del
ministro encargado de anunciarlo y por la bendición u oración con que se dispone
a hacerlo, sea por parte de los fieles, que con sus aclamaciones reconocen y
profesan la presencia de Cristo que les habla, y escuchan la lectura puestos en
pie; sea, finalmente, por las mismas muestras de veneración que se tributan al
Evangeliario.
Salmo responsorial
61. Después de la primera lectura,
sigue el salmo responsorial, que es parte integrante de la liturgia de la
palabra y goza de una gran importancia litúrgica y pastoral, ya que favorece la
meditación de la palabra de Dios. El salmo responsorial ha de responder a cada
lectura y ha de tomarse, por lo general, del Leccionario.
Se
ha de procurar que se cante el salmo responsorial íntegramente o, al menos, la
respuesta que corresponde al pueblo. El salmista o cantor del salmo proclama
sus estrofas desde el ambón o desde otro sitio oportuno, mientras toda la
asamblea escucha sentada y participa además con su respuesta, a no ser que el
salmo se pronuncie de modo directo, o sea, sin el versículo de respuesta. Con
el fin de que el pueblo pueda decir más fácilmente la respuesta sálmica, pueden
emplearse algunos textos de respuestas y de salmos que se han seleccionado
según los diversos tiempos del año o según los distintos grupos de Santos, en
lugar de los textos correspondientes a la lectura, cada vez que se canta el
salmo. Si el salmo no puede cantarse, se recita según el modo que más favorezca
la meditación de la palabra de Dios.
En
lugar del salmo asignado en el leccionario pueden cantarse también o el
responsorio gradual del Gradual romano o el salmo responsorial o el aleluyático
del Gradual simple, tal como figuran en estos mismos libros.
La aclamación que
precede a la lectura del Evangelio
62. Después de la lectura que precede
inmediatamente al Evangelio, se canta el Aleluya, u otro canto establecido por
la rúbrica, según las exigencias del tiempo litúrgico. Esta aclamación
constituye de por sí un rito o un acto con el que la asamblea de los fieles
acoge y saluda al Señor que les va a hablar en el Evangelio, y profesa su fe
con el canto. Lo cantan todos de pie, precedidos de la schola o del cantor, y,
si procede, se repite: el verso lo canta el coro o un cantor.
a) El Aleluya se canta en todos los tiempos litúrgicos,
fuera de la Cuaresma. Los versículos se toman del Leccionario o del Gradual.
b) En el tiempo de Cuaresma, en lugar del Aleluya se
canta el verso que presenta el Leccionario antes del Evangelio. Puede cantarse
también otro salmo o tracto, según figura en el Gradual.
63. Cuando hay una sola lectura antes
del Evangelio:
a) En los tiempos litúrgicos en que se dice Aleluya se
puede tomar o el salmo aleluyático o el salmo y el Aleluya con su versículo.
b) En el tiempo litúrgico en que no se ha de decir
Aleluya, se puede tomar o el salmo y el versículo que precede al Evangelio o el
salmo solo.
c) Si no se cantan, el Aleluya o el verso antes del
Evangelio pueden omitirse.
64. La «secuencia», (*) que, fuera de
los días de Pascua y Pentecostés, es facultativa, se canta antes del Aleluya.
(*)
Secuencia: Canto poético para antes del
evangelio de algunas solemnidades.
Homilía
65. La homilía es parte de la Liturgia
y muy recomendada, pues es necesaria para alimentar la vida cristiana. Conviene
que sea una explicación o de algún aspecto particular de las lecturas de la
sagrada Escritura, o de otro texto del Ordinario o del Propio de la Misa del
día, teniendo siempre presente el misterio que se celebra y las particulares
necesidades de los oyentes.
66. La homilía la pronuncia
ordinariamente el sacerdote celebrante o un sacerdote concelebrante a quien
éste se la encargue o, a veces, según la oportunidad, también el diácono, pero
nunca un fiel laico. En casos peculiares y con una causa justa pueden
pronunciarla también un Obispo o un presbítero que asisten a la celebración
pero no concelebran.
Los
domingos y fiestas de precepto ha de haber homilía, y no se puede omitir sin
causa grave en ninguna de las Misas que se celebran con asistencia del pueblo;
los demás días se recomienda, sobre todo, en los días feriales de Adviento,
Cuaresma y Tiempo Pascual, y también en otras fiestas y ocasiones en que el
pueblo acude numeroso a la iglesia.
Tras
la homilía es oportuno guardar un breve espacio de silencio.
Profesión de fe
67. El Símbolo o profesión de fe tiende
a que todo el pueblo congregado responda a la palabra de Dios, que ha sido
anunciada en las lecturas de la sagrada Escritura y expuesta por medio de la
homilía, y, para que pronunciando la regla de la fe con la fórmula aprobada
para el uso litúrgico, rememore los grandes misterios de la fe y los confiese
antes de comenzar su celebración en la Eucaristía.
68. El Símbolo lo ha de cantar o
recitar el sacerdote con el pueblo los domingos y solemnidades; puede también decirse
en peculiares celebraciones más solemnes.
Si
se canta, lo inicia el sacerdote o, según la oportunidad, un cantor, o el coro,
pero lo cantan todos juntos, o el pueblo alternando con la schola. Si no se
canta, lo recitan todos juntos, o a dos coros alternando entre sí.
Oración universal
69. En la oración universal u oración
de los fieles, el pueblo, responde de alguna manera a la palabra de Dios
acogida en la fe y ejerciendo su sacerdocio bautismal, ofrece a Dios sus
peticiones por la salvación de todos. Conviene que esta oración se haga
normalmente en las Misas a las que asiste el pueblo, de modo que se eleven
súplicas por la santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren alguna
necesidad y por todos los hombres y la salvación de todo el mundo.
70. Las series de intenciones,
normalmente, serán las siguientes:
a) Por las necesidades de la iglesia;
b) Por los que gobiernan las naciones y por la salvación
del mundo;
c) Por los que padecen por cualquier dificultad;
d) Por la comunidad local.
Sin
embargo, en alguna celebración particular, como en la Confirmación, el
Matrimonio o las Exequias, el orden de las intenciones puede amoldarse mejor a
la ocasión.
71. Corresponde al sacerdote celebrante
dirigir esta oración desde la sede. Él mismo la introduce con una breve monición
en la que invita a los fieles a orar, y la concluye con una oración. Las
intenciones que se proponen sean sobrias, formuladas con sabia libertad, en
pocas palabras, y han de reflejar la oración de toda la comunidad. (*)
Las
pronuncia el diácono o un cantor o un lector o un fiel laico desde el ambón o
desde otro lugar conveniente.
El
pueblo, permaneciendo de pie, expresa su súplica bien con la invocación común
después de la proclamación de cada intención, o bien rezando en silencio.
(*)
En la práctica, cuando las peticiones son
espontáneas, suelen adolecer de algún defecto o exceso.
C) Liturgia
eucarística
72. En la última Cena, Cristo instituyó
el sacrificio y convite pascual, por medio del cual el sacrificio de la cruz se
hace continuamente presente en la Iglesia cuando el sacerdote, que representa a
Cristo Señor, realiza lo que el mismo Señor hizo y encargó a sus discípulos que
hicieran en memoria de él.
Cristo,
en efecto, tomó en sus manos el pan y el cáliz, dio gracias, lo partió y lo dio
a sus discípulos diciendo: Tomad, comed, bebed; esto es mi Cuerpo; éste es el
cáliz de mi Sangre. Haced esto en conmemoración mía.
De
ahí que la Iglesia haya ordenado toda la celebración de la liturgia eucarística
según estas mismas partes que corresponden a las palabras y gestos de Cristo.
En efecto:
1) En la preparación de las ofrendas, se llevan al
altar el pan y el vino con el agua; es decir, los mismos elementos que Cristo
tomó en sus manos;
2) En la Plegaria eucarística, se dan gracias a Dios por
toda la obra de la salvación y las ofrendas se convierten en el Cuerpo y Sangre
de Cristo;
3) Por la fracción del pan y por la Comunión, los fieles,
aun siendo muchos, reciben de un solo pan el Cuerpo y de un solo cáliz la
Sangre del Señor, del mismo modo que los Apóstoles lo recibieron de manos del
mismo Cristo.
Preparación de los
dones
73. Al comienzo de la liturgia
eucarística, se llevan al altar los dones que se convertirán en el Cuerpo y
Sangre de Cristo.
En
primer lugar, se prepara el altar o mesa del Señor, que es el centro de toda la
liturgia eucarística, y colocando sobre él (*) el corporal, el purificador, el
misal y el cáliz, que también se puede preparar en la credencia.
Se
traen a continuación las ofrendas: es de alabar que el pan y el vino lo
presenten los mismos fieles. El sacerdote o el diácono los recibirá en un lugar
oportuno para llevarlo al altar. Aunque los fieles no traigan pan y vino de su propiedad,
con este destino litúrgico, como se hacía antiguamente, el rito de presentarlos
conserva su sentido y significado espiritual. También se puede aportar dinero u
otras donaciones para los pobres o para la iglesia, que los fieles mismos
pueden presentar o que pueden ser recolectados en la iglesia, y que se
colocarán en el sitio oportuno, fuera de la mesa eucarística.
(*)
Ahora y no antes.
74. Acompaña a esta procesión en que se
llevan las ofrendas el canto del ofertorio (cf. n. 37, b), que se alarga por lo
menos hasta que los dones han sido depositados sobre el altar. Las normas sobre
el modo de ejecutar este canto son las mismas dadas para el canto de entrada
(cf. n. 48). Al rito para el ofertorio siempre se le puede unir el canto,
incluso sin la procesión con los dones.
75. El sacerdote pone el pan y el vino
sobre el altar mientras dice las fórmulas establecidas. El sacerdote puede
incensar las ofrendas colocadas sobre el altar y después la cruz y el mismo
altar, para significar que la oblación de la Iglesia y su oración suben ante el
trono de Dios como el incienso. Después son incensados, sea por el diácono o por
otro ministro, el sacerdote, en razón de su sagrado ministerio, y el pueblo, en
razón de su dignidad bautismal.
76. A continuación, el sacerdote se
lava las manos en el lado del altar. Con este rito se expresa el deseo de
purificación interior.
Oración sobre las
ofrendas
77. Terminada la colocación de las
ofrendas y los ritos que la acompañan, se concluye la preparación de los dones con
la invitación a orar juntamente con el sacerdote, y con la oración sobre las
ofrendas, y así todo queda preparado para la Plegaria eucarística.
En
la Misa se dice una sola oración sobre los dones, que termina con la conclusión
breve, es decir: Por Jesucristo, nuestro Señor. Pero si en su final se menciona
al Hijo, entonces se termina: Él, que vive y reina por los siglos de los
siglos.
Uniéndose
a la oración, el pueblo hace suya la plegaria mediante la aclamación Amén.
Plegaria
eucarística
78. Ahora empieza el centro y la cumbre
de toda la celebración, a saber, la Plegaria eucarística, que es una plegaria
de acción de gracias y de consagración. El sacerdote invita al pueblo a elevar
el corazón hacia Dios, en oración y acción de gracias, y lo asocia a su oración
que él dirige en nombre de toda la comunidad, por Jesucristo en el Espíritu
Santo, a Dios Padre. El sentido de esta oración es que toda la congregación de
los fieles se una con Cristo en el reconocimiento de las grandezas de Dios y en
la ofrenda del sacrificio. La Plegaria eucarística exige que todos la escuchen
con silencio y reverencia.
79. Los principales elementos de que consta la Plegaria
eucarística pueden distinguirse de esta manera:
a) Acción de gracias (que se expresa sobre todo en el
prefacio): en la que el sacerdote, en nombre de todo el pueblo santo, glorifica
a Dios Padre y le da las gracias por toda la obra de salvación o por alguno de
sus aspectos particulares, según las variantes del día, festividad o tiempo
litúrgico;
b) Aclamación: toda la asamblea, uniéndose a las
jerarquías celestiales, canta el Santo. Esta aclamación, que constituye una
parte de la Plegaria eucarística, la proclama todo el pueblo con el sacerdote.
c) Epíclesis: la Iglesia, por medio de determinadas
invocaciones, implora la fuerza del Espíritu Santo para que los dones que han
presentado los hombres queden consagrados, es decir, se conviertan en el Cuerpo
y Sangre de Cristo, y para que la víctima inmaculada que se va a recibir en la
Comunión sea para salvación de quienes la reciban.
d) Relato de la institución y consagración: con las
palabras y gestos de Cristo, se realiza el sacrificio que el mismo Cristo
instituyó en la última Cena, cuando bajo las especies de pan y vino ofreció su
Cuerpo y su Sangre y se lo dio a los Apóstoles en forma de comida y bebida, y
les encargó perpetuar ese mismo misterio.
e) Anámnesis: la Iglesia, al cumplir este encargo que, a
través de los Apóstoles, recibió de Cristo Señor, realiza el memorial del mismo
Cristo, recordando principalmente su bienaventurada pasión, su gloriosa
resurrección y ascensión al cielo.
f) Oblación: la Iglesia, especialmente la reunida aquí y
ahora, ofrece en este memorial al Padre en el Espíritu Santo la víctima
inmaculada. La Iglesia pretende que los fieles no sólo ofrezcan la víctima
inmaculada, sino que aprendan a ofrecerse a sí mismos," y que de día en
día perfeccionen, con la mediación de Cristo, la unidad con Dios y entre sí,
para que, finalmente, Dios lo sea todo en todos.”
g) Intercesiones: dan a entender que la Eucaristía se
celebra en comunión con toda la Iglesia, celeste y terrena, y que la oblación
se hace por ella y por todos sus fieles, vivos y difuntos, miembros que han
sido llamados a participar de la salvación y redención adquiridas por el Cuerpo
y Sangre de Cristo.
h) Doxología final: expresa la glorificación de Dios, y
se concluye y confirma con la aclamación del pueblo Amén.
Rito de la Comunión
80. Ya que la celebración eucarística
es un convite pascual, conviene que, según el encargo del Señor, su Cuerpo y su
Sangre sean recibidos por los fieles, debidamente dispuestos, como alimento
espiritual. A esto tienden la fracción y los demás ritos preparatorios, que
conducen a los fieles a la Comunión.
La oración
dominical
81. En la Oración dominical se pide el
pan de cada día, con lo que se evoca, para los cristianos, principalmente el pan
eucarístico, y se implora la purificación de los pecados, de modo que,
verdaderamente, «las cosas santas se den a los santos». El sacerdote invita a
orar, y todos los fieles dicen, a una con el sacerdote, la oración. El
sacerdote solo añade el embolismo, y el pueblo lo termina con la doxología. El
embolismo, que desarrolla la última petición de la misma Oración dominical,
pide para toda la comunidad de los fieles la liberación del poder del mal.
La
invitación, la oración misma, el embolismo y la doxología con que el pueblo
cierra esta parte, se pronuncian o con canto o en voz alta.
Rito de la paz
82. Sigue, a continuación, el rito de
la paz, con el que la Iglesia implora la paz y la unidad para sí misma y para toda
la familia humana, y los fieles expresan la comunión eclesial y la mutua
caridad, antes de comulgar en el Sacramento.
Por
lo que se refiere al mismo rito de darse la paz, establezcan las Conferencias
de los Obispos el modo más conveniente, según el carácter y las costumbres de
cada pueblo. No obstante, conviene que cada uno exprese sobriamente la paz.
(*)
sólo a quienes tiene más cerca.
(*)
Esta expresión sobria se echa a veces de
menos.
La fracción del pan
83. El sacerdote parte el pan
eucarístico con la ayuda, si procede, del diácono o de un concelebrante. El
gesto de la fracción del pan, realizado por Cristo en la última Cena, y que en
los tiempos apostólicos fue el que sirvió para denominar la íntegra acción
eucarística, significa que los fieles, siendo muchos, en la Comunión de un solo
pan de vida, que es Cristo muerto y resucitado para la vida del mundo, se hacen
un solo cuerpo (1 Co 10, 17). La fracción se inicia tras el intercambio del
signo de la paz y se realiza con la debida reverencia, sin alargarla de modo
innecesario ni que parezca de una importancia inmoderada. Este rito está
reservado al sacerdote y al diácono.
El
sacerdote realiza la fracción del pan y deposita una partícula de la hostia en el
cáliz, para significar la unidad del Cuerpo y de la Sangre del Señor en la obra
salvadora, es decir, del Cuerpo de Cristo Jesús viviente y glorioso.
El
coro o un cantor cantan normalmente la súplica Cordero de Dios con la respuesta
del pueblo; o lo dicen al menos en voz alta. Esta invocación acompaña a la
fracción del pan y, por eso, puede repetirse cuantas veces sea necesario hasta
que concluya, el rito. La última vez se concluye con las palabras: danos la
paz.
Comunión
84. El sacerdote se prepara con una
oración en secreto para recibir fructuosamente el Cuerpo y Sangre de Cristo. Los
fieles hacen lo mismo, orando en silencio.
Luego
el sacerdote muestra a los fieles el pan eucarístico sobre la patena o sobre el
cáliz, y los invita al banquete de Cristo; y, juntamente con los fieles, hace,
usando las palabras evangélicas prescritas, un acto de humildad.
85. Es muy de desear que los fieles,
como el mismo sacerdote tiene que hacer, participen del Cuerpo del Señor con
pan consagrado en esa misma Misa (*) y, en los casos previstos (cf. n. 283),
participen del cáliz, de modo que aparezca mejor, por los signos, que la
Comunión es una participación en el sacrificio que se está celebrando.
(*)
No siempre se valora suficientemente este
detalle, tal vez por motivos prácticos.
86. Mientras el sacerdote comulga el
Sacramento, comienza el canto de Comunión, canto que debe expresar, por la
unión de voces, la unión espiritual de quienes comulgan, demostrar la alegría
del corazón y manifestar claramente la índole «comunitaria» de la procesión
para recibir la Eucaristía. El canto se prolonga mientras se administra el
Sacramento a los fieles. En el caso de que se cante un himno después de la
Comunión, el canto de Comunión conclúyase a su tiempo. (*)
Procúrese
que también los cantores puedan comulgar cómodamente.
(*)
Existe en nuestra liturgia el miedo al
silencio. Pero creo que sería muy conveniente posibilitar que los fieles oren
en silencio desde sus propios sentimientos. No creo oportuno insertar aquí
palabras ajenas, por muy poéticas que sean, para “ayudar” a dar gracias. ¿Tan
difícil es hacerlo? Consultar el nº 45, sobre el silencio.
87. Para canto de Comunión, se puede
emplear o la antífona del Gradual romano, con salmo o sin él, o la antífona con
el salmo del Gradual simple, o algún otro canto adecuado aprobado por la
Conferencia de los Obispos. Lo cantan el coro solo o también el coro o un
cantor, con el pueblo.
Si
no hay canto, la antífona propuesta por el Misal puede ser rezada por los
fieles o por algunos de ellos o por un lector o, en último término, la recitará
el mismo sacerdote, después de haber comulgado y antes de distribuir la Comunión
a los fieles.
88. Cuando se ha terminado de
distribuir la Comunión, el sacerdote y los fieles, si se juzga oportuno, pueden
orar un espacio de tiempo en secreto. Si se prefiere, toda la asamblea puede
también cantar un salmo o algún otro canto de alabanza o un himno.
89. Para completar la plegaria del
pueblo de Dios y concluir todo el rito de la Comunión, el sacerdote pronuncia
la oración para después de la Comunión, en la que se ruega por los frutos del
misterio celebrado.
En
la Misa sólo se dice una oración después de la Comunión, que se termina con la
conclusión breve, es decir:
Si
se dirige al Padre: Por Jesucristo, nuestro Señor;
Si
se dirige al Padre, pero al final menciona al Hijo: Él, que vive y reina por
los siglos de los siglos;
Si
se dirige al Hijo: Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos. El
pueblo hace suya esta oración con la aclamación: Amén.
D) Rito de
conclusión
90. Pertenecen al rito de conclusión:
a) Algunos avisos breves, si son necesarios;
b) El saludo y bendición del sacerdote, que en algunos
días y ocasiones se enriquece y se amplía con la oración «sobre el pueblo» o
con otra fórmula más solemne;
c) La despedida del pueblo por parte del diácono o del
sacerdote, para que cada uno regrese a sus honestos quehaceres alabando y
bendiciendo a Dios;
d) El beso del altar por parte del sacerdote y del
diácono, y después una inclinación profunda del sacerdote, del diácono y de los
demás ministros.
Fuente: http://www.deoduce.org/ogmr-ordenaciongeneraldelmisalromano.pdf
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Gracias por comentar en nuestro Blog